El hombre la invitó a pasear por San Bernardo. Ella registraba todo con los ojos bien abiertos. ¿Sacar fotos? Para qué. Caminaron por calles arboladas, pasaron frente a un teatro abandonado, atravesaron una plaza sin niños. Él no esperaba asombrarla, pues conocía los límites de su comuna. Y ella, que ya tenía su corazón puesto en su nueva casa, nueva vida, más por cortesía que romanticismo, avanzaba.
Él habló, consciente de que no había vuelta atrás:
-Te propongo algo. Muéstrame lugares que te parezcan bonitos. O distintos, raros.
-¿Por qué?
-Son los lugares donde me voy a sentar a recordarnos.