Peinando a su hijito Damasco, la mamá le desea que, ojalá, se esguince el otro tobillo. El niño asegura que con una muleta basta, no quiere otra. “Ese accidente te pasó”, aclara ella, “porque antes pedía por tu bienestar”. ¡Pero la vida es pura ironía, psicología inversa! “¿Sabes dónde están esas madres que encomendaban sus hijos a Dios; esos que eran sanitos como una taza de leche? ¡Llevándoles flores a sus tumbas! Antes que enterrarte, te prefiero un tiro al aire: malo, delincuente, drogadicto. Pero longevo”.
Damasco, yéndose al colegio, es despedido por la mamá con un sonriente “¡Te odio!”.