“¿Cómo me irá el 2019?”. El tarotista acomoda la baraja sobre la mesa. Tras la pausa, dice, con seguridad, “todo estará bien”. Cada pregunta la contesta igual: “Todo-estará-bien”. Y de tanto repetirlo el cliente termina creyéndoselo y se retira un poco más contento, pleno, confiado, a cómo llegó.
El tarotista, que estudió por años el lenguaje encriptado de las estrellas, también entiende algo más simple y evidente: solo buscamos ser tranquilizados y comprendidos. Ahora solo simula leer las cartas para darle credibilidad a su respuesta. Incluso ya no se siente tarotista. Es cualquier cosa menos tarotista. Por eso no cobra.