La última vez que estuvo plenamente de acuerdo con ella, fue cuando respondió “sí, acepto”. Desde entonces (y no por darle sabor al matrimonio, crear tensión sexual o generar debate sano), el marido empezó a invalidarla por cada cosa y cosita. Porque un “sí”, un elegante “sí”, no suena complicado ni agotador.
-Nuestros hijos son preciosos.
-Sí, pero...
-La capital de Chile es Santiago.
-Sí, pero...
“¿Es por joder o de verdad no me encuentra razón?”, se preguntaba ella con angustia a perder la suya propia. Y un día:
-Tenemos que separarnos.
-Sí, pero...
-¡Perdón, vivamos juntos por siempre!