domingo, 23 de septiembre de 2018

Eso que se calla

Minutos antes de que papá volviera del trabajo, a mi mamá la invadía una pena negra. Incontrolable. Para llorar sin ser recriminada, pelaba y cortaba cebollas. Tras esas hortalizas camuflaba su dolor, la impotencia. Papá, así, jamás sospechó tormento alguno en sus lágrimas ni mostró interés que comiéramos la misma ensalada a diario.

Una tarde nos quedamos sin cebollas. Mandé a mi hermana por una, mientras yo subía a su dormitorio para despertarla. “¡Mamá, mamita!”, mi angustia se hacía creciente. La moví, la enderecé, pero no hubo caso: el vino fue demasiado.

Cuando llegó papá, con mi hermanita cortábamos cebolla.

martes, 11 de septiembre de 2018

La hortensia

-Maestro, ¿por qué la vida se empeña en hacer durar tan poco las cosas bellas? Mi novia, por ejemplo: nos vimos obligados a separarnos días después de hacernos el amor por primera vez. ¡Es tan injusta la vida, tan cruel!
-Hijo, cuando paseábamos por el campo ¿recuerdas que cortaste una hortensia asegurando que era lo más hermoso que viste en kilómetros?
-Sí, recuerdo.
-¿Ves? La flor estaba en paz en su curso de crecimiento, de cara al sol, adornando el campo. Y la mataste. ¿Y después te preguntas por qué duran tan poco las cosas bellas? ¡Tú injusto! ¡Tú cruel!

lunes, 10 de septiembre de 2018

Coparticipes del silencio


“Qué piensas, hija”, preguntaba la mamá a la pequeña antes de peinarla. La niña era muda aunque tenía otra forma de comunicarse: cada vez que la cepillaban, entre su pelo se desenredaba un pensamiento, el que pronto se evaporaba en partículas multicolores. Últimamente solo estaban apareciendo dibujos animados ya que la niña, solitaria, veía mucha televisión.

Una mañana la mamá despertó enferma. Enferma de tristeza. Ese día estuvo apagada y distante. Mientras lloraba en la cocina, la hija se paró frente a ella y, solita, se peinó cuatro veces. Por cada una, se desprendieron las palabras

TODO  ESTA  BIEN  MAMITA.

Imagen de Diana Toledano

viernes, 7 de septiembre de 2018

¡PLOP!

Es más baja que yo, por lo que cuando se coloca de espalda se para en puntillas: solo así logra acomodar su trasero contra mi paquete. Lo menea circularmente, mientras yo me voy endureciendo. Esto la humedece y se nota. Lo confirma su entrepierna caliente cuando se la manoseo. Y los pasajeros del metro, como avestruces, con las cabezas enterradas en sus teléfonos.

Un mes llevamos en este idilio cada vez que coincidimos en la estación. Sin mediar palabras, sin siquiera conocernos.

Hoy nació algo diferente: a su oído susurré “te quiero”. Ella se giró, me cacheteó y gritó “¡¡¡insolente!!!”.

lunes, 3 de septiembre de 2018

El gorrión

Hace meses, un buen día, un gorrión se posó en una mecedora en el patio de mi casa. Lo dejé un tiempo, por curiosidad. Pero con las semanas y sin ánimo de irse, empecé a espantarlo. Me abalanzaba sobre él, escabulléndose este con una facilidad que me frustraba. Adopté a un gato para que se lo tragara, pero hasta el felino desistió. ¡Qué rabia este gorrión que no alza el vuelo lo más lejos posible! Pero ¿y si cabe la posibilidad de que esta ave sea como yo?

Desde entonces, pudiendo ambos volar, preferimos pasar tardes enteras en la mecedora.