No alcancé a esconderme tras el celular para fingir que chateaba y evitar la preguntita esa chirriante, juiciosa, irónica de: “Hola, ¿cómo está?”. “Bien”, digo sin pensar. Pero hoy no. Es que me tiene chato verlo tan entrometido. Pasé sin responderle y entré a casa.
Curioso, porque aunque sea por cumplir alguna regla de buena convivencia, esa pregunta sigue viniendo de una persona que, actualmente, es la única que se toma la molestia por saber cómo me siento.
Salí a buscarlo. Nadie sabía dónde estaba. Corrí perdiéndome, gritando, hasta encontrarlo en una plaza. Acercándome, le dije: “Perdón, vecino: estoy mal”.