jueves, 29 de febrero de 2024

2020 - 2024

Dicen los que saben que mudamos de piel cada 28 días. Esa es una fase. Y es todo un mes de febrero, salvo si contamos los bisiestos. Estos últimos cuatro años, João pareciese que alcanzó la cima de las pérdidas. Es como si la piel de una antigua vida, que le ha engrosado la existencia con bienes materiales y experiencias, quedara a sus pies y él, desnudo, casi, deba ir a encontrarse con el mundo de nuevo. Esa es otra fase.

¿Será que el próximo bisiesto perderá las ganas de seguir adelante? Ojalá, de ser así, solo sea una fase.

domingo, 18 de febrero de 2024

Ida & Vuelta

Volverás, salinizada, cristalizada, por el mar en tu piel. Y la Luna se reflejará paseándose como gaviota plateada sobre tus ojos azules, creyéndolos torres de Hércules.

Volverás, aunque, primero, desenrrollarás la alfombra roja hacia tu nueva casa para, después, aquí, al regresar, recuerdes cuando hacías hogar con tu cabecita en mi pecho. Entonces, quizás, la lluvia del norte contenida en tus lagrimales, llorará, dejándote escuchar mi soñado "Quédate"... Pero se impondrá tu olor a tierra húmeda: en tu abrazo siempre abracé la Galicia que reclama su camelia. 

Chegarás con morriña da túa terra. Tal como eu teño morriña do teu corpo.

sábado, 10 de febrero de 2024

Codi

Todavía con edad avanzada, el viejito sabía imponerse. Alguna vez fue el macho dominante, el guardián de la familia, de lo que poco y nada recuerdo cuando, tiernamente, observaba su esmirriada sombra paseando y tropezándose, aunque, tal como en sus mejores ayeres, siempre de punta en blanco, pues se resistió a perder la elegancia. En cambio mi padre, con quien entretejió una amistad por años, sí reconocía esa imponencia del viejito cuando este, con una mirada, le silenciaba las rabietas. Lo ponía de buen humor. Lo consolaba, incluso. Y sin decir nada. Tal como partió esta tarde. Ni un ladrido.

jueves, 8 de febrero de 2024

Los atípicos

Último día juntos y quisieron regalarse, el uno al otro, los colores que más gustaban atesorar. A ella, que la remueven los atardeceres, pidió que abriera la cortina; encontrándose el hombre el cuadro de un ocaso ardiente, pintado por alguna divinidad celestial (conforme el atardecer caía sobre el mundo, a él le bajaba por el cuerpo coloreándolo). Y el hombre, un embobado de las estrellas, pidió que cerrara los ojos para describirle fulgores de astros, nebulosas y galaxias que trascendieron el espacio-tiempo e iluminaron el pecho de la mujer. 

Todos tenemos luces y sombras. Ellos prefirieron quedarse con las luces. 

domingo, 4 de febrero de 2024

Sin vuelta atrás

Antes de irse, sin vuelta atrás, ella le entregó un espejo de mano. “Ellos tienen memoria” -afirmó la mujer-. “Si repites las palabras que yo más dije reflejándome en él este último año, el espejo te devolverá mi rostro, porque le harás creer que soy yo”. Pero el otro le contestó que “ya poco me interesabas para que recuerde eso, no te extrañaré ni te estaré invocando”.

Tiempo después, cuando el hombre lo había olvidado, tomó ese mismo espejo y, frente a frente, se sinceró: “No conozco peor soledad que esta. Debería hacer algo”. Entonces, justo ahí, le pareció verla.