Cuando los agapornis se aparean, la República del Congo se convierte en la capital del amor. Por cuerdas o locas, estas aves son fieles de por vida. No es virtud o ejemplo a seguir, y sin embargo entre sus colores y plumas y bajo o sobre sus alas, llevan la respuesta por la que la humanidad, ciegamente, se ha venido matando.
Los aldeanos cuentan la vez que un cazador foráneo, envidioso, dio con su proyectil a un macho de esta especie que emebellecía un cielo dominical y la hembra, su pareja, a 35 o 53 metros, también cayó al suelo.
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