Cuando se reactivó el conflicto en la Franja de Gaza, la solución final fue poner a gatos paseando por esa zona. Por el rumor ese sobre que absorben energías negativas, ¿qué se pierde? Y ganaron todos. Se alcanzó la paz. De paso, árabes y judíos quemaron esos libros antiguos que solo recuerdan una enemistad heredada. Desde entonces se oficializó al gato, internacionalmente, como algo sagrado. Por lo menos debe haber uno en cada casa, y en los estadios y en el Congreso. Que los gatos se encarguen del control humano. Y el mundo volvió a ser de ellos, como siempre.
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