En la calle Miguel de Cervantes hay una casa reconocible por su vistoso árbol y también porque, y a modo personal para la señorita Sara, cuando pasa por al frente, ida y vuelta de comprar pan, le silban desde ahí. Vístase como se vista. Y no está bien, piensa, y se cohíbe y enoja. Muchas cuestiones tóxicas mascullaba contra el machismo cuando por fin se atrevió a encarar al hombre tras el silbido. Llamó a la casa y del hueco del árbol se asomó un loro que, viéndola, le volvió a silbar. Ella reconoció ese sonido. Y también su decepción.
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