Dagoberto, tragándose el orgullo, salió tras su padre. Sin saber cómo disculparse, solo haciéndolo. Cuando lo alcanzó con su moto, detuvo el auto. Y apenas el viejo se bajó, fue abrazado. Y la neblina empezó a disiparse.
Después, volviendo a la moto, Dagoberto encontró sobre ella a un Gris calzándose el casco: le quedaba como boina. “Abdúceme” -le pidió telepáticamente-. “Por favor, estudiemos y corrijamos nuestra naturaleza fría”. Dagoberto apenas pensó: “Más frío soy yo”.
“No. Cuando ustedes expresan virtudes universales como amor, compasión y perdón, despiertan a Dios en la materia más densa: su cuerpo... Serás, conmigo, amigablemente curioso”.