Me invitó a caminar a orilla de playa. “Ahora esto me hace sentir bien -me dijo cuando nos detuvimos a mirar el ocaso-: esto me llena de tranquilidad. Aprovecho igualmente para disculparme por todas las cosas que te robé”. Lleva un año sobrio, sin drogas sin alcohol sin fármacos. Incluso en sus crisis de abstinencia llegó a inhalar productos químicos domésticos, todo con tal de aliviar la carga de la existencia, tapar vacíos inconmensurables, engañarse. “Dame un atardecer y un café, y soy feliz”. “Pero cuidado -le advertí- que a la cafeína también uno puede volverse adicto”. Y se suicidó.
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