Vivía en una jaula algo menos estrecha que su jaula mental. Ragnar, un perro envuelto en costras y heridas que tardan en sanar, con un año, solo sabía de exterminar para sobrevivir... O así lo educó su dueño en peleas clandestinas. Pronto, Ragnar se volvió el mejor dentro de su rol.
Un día, camino a uno de estos eventos carniceros, Ragnar vio a un dóberman como él, pero limpio, despreocupado y feliz, jugando con otro.
Cuando llegó su turno de batirse a duelo, Ragnar se echó al suelo, sus cuatro patas arriba, la pancita al aire y empezó a retorcerse.
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