“Tía Elvira, ¿se lavó los dientes?”. “Doña Jacinta, se depiló
mal las piernas”. “Primo, veo que te superaste: tuviste un hijo más feo que tú”.
De esta forma Rolando, sin aflojar la sonrisa, saludaba a cada uno en la
reunión familiar. Naturalmente volvió tan desagradable su presencia, que los
aludidos, que fueron muchos (ni el perro del dueño de casa se salvó) lo
ignoraron. Y Rolando, en un rincón, o paseando, perdiéndose en el jardín, trago
en mano, fue feliz. Ahora ninguno de esos metiches se interesará por
preguntarle qué ha sido de su vida en este año de mierda.
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