Revisando el álbum de fotos, cae una lágrima de la señora Calista sobre la imagen de su difunto marido. Luego, una mano se posa en su hombro: es él y sonríe. Días después, el fantasma, para hacerla sentir menos sola, hizo cuestiones propias de su oficio: mover objetos, hacer ruidos, apariciones vagas. Sin embargo el tiempo pasa y pesa, y ya cuando el finado quiso volver a descansar en el álbum, la señora Calista lo cerró y escondió. Ahora ella invoca, persigue, acosa al fantasma de su marido, a toda hora, para que no la deje, para sentirse menos sola.
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