Lucien despertó sobresaltado. Levantó la cortina y encontró una muchedumbre feliz. Resopló y corrió por la casa, hacia la salida, botando o rompiendo adornos al paso. Entonces, encontró a sus vecinos mirando al cielo, entre gratitud y sonrisas. Lucien hizo lo mismo, y observó una luz blanca nacarada que, asumió, se aproximaba. “¡¿Acaso seré el único cuerdo?!”, pensó desde el ego. Corrió aterrado gritando sobre impactos, desastres ecológicos y que todos morirían... Nadie lo atendió.
De tanto gritar, colapsó y se desmayó. Cuando volvió en sí, lo asistió un transeúnte:
-¡¿Por qué sonríe?! -preguntó Lucien.
-¿Y usted por qué NO?
El relato nos recuerda que la percepción de la realidad no es uniforme: mientras unos celebran la luz como esperanza, otros la temen como amenaza. En esa tensión se revela la fragilidad de nuestras certezas y la necesidad de abrirnos a lo colectivo. Tal vez la cordura no esté en gritar el desastre, sino en aprender a mirar juntos, con confianza, hacia lo desconocido.
ResponderBorrarUn abrazo, singular poeta