Antes era tan fácil como respirar: entrar en tu sexo, lamértelo, acariciarlo. Hoy me da vergüenza hasta mirarte a los ojos. El solo pensar en saludarte me sonroja. Por eso no te dije nada cuando cruzaste inoportunamente. Esa discusión la teníamos siempre. Yo te decía: "Mira los semáforos". Te lo repetí tantas veces como tantas veces te dije “te quiero”. Y creo que las dos cosas las olvidaste. Ahí tienes: te atropellaron. Yo pude haber gritado tu nombre, salvarte, ¡ay, amor!, pero después ¿qué? Nos tendríamos que haber puesto a conversar, ponernos al día, y no estoy preparado para eso.
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