Un mendigo hizo amistad con una aldeana. Ella le convidaba frutas cuando venía de comprar. Pronto las conversaciones y preocupaciones fueron en aumento, hasta que una noche de invierno lo invitó a dormir a su casa. Desde ahí afianzaron la relación y las almas se entramaron y los cuerpos.
Cuando ella le dijo, por vez primera, que lo amaba, el mendigo se despojó de sus harapos y dejó ver un atuendo de príncipe impecable: “Ahora que sé que me amas por lo que soy y no por lo que tengo, es que te hago mi princesa”.
La mujer lo echó.
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