La última noche que te quedaste en mi casa, no te quise despertar. Fui al trabajo y al volver seguías plácida, linda, a salvo.
Y vinieron días de mucho sigilo. Ya no veía tele, comía en el patio, caminaba descalzo, como un fantasma. Es que no te quería despertar. Y cuando lo intentabas, cuando te removías en la cama, rápidamente te susurraba cosas nocturnas al oído para convencerte de continuar durmiendo y te hablaba de lunas y amores secretos eternos. Pero de tanto repetirlo al final dejaste de creerme, creo.
Entonces abriste los ojos y el que despertó fui yo.
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