Ya no quiere saber cuántos mueren. No puede. Por primera vez desde que es enfermera. Y en sus pesadillas, la pesadilla se aviva. Igualmente agradece poder echar el alma y los huesos a descansar donde sea, tras horas, dormir y olvidar… Por sobre todo recobrar esa fuerza privilegiada que ni ella sabía que tenía; para mantenerse en pie, cuerda, para no permitirse renunciar ante tanto paciente que, hoy más que ayer, abandona este mundo en soledad y desesperanza.
Es hora.
Despierta y, arriesgándose al contagio por no llevar equipo de protección adecuado, se pone la capa de heroína esta víctima.
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