Cuando al fin la conocí como quería conocerla, no diré que me salvó pero sí supo iluminar el abismo. Ella, entera pero etérea como un aroma a perfume que persiste en el aire y luego, mucho más, en el tiempo. Entonces volví a tener esa pequeña edad con la sensación, la misma maravilla en los ojos, como cuando recibí la primera bicicleta. Con tanta vida entre mis manos, para esta mujer, que a cualquiera que tocase lo rejuvenecería. Yo mismo incluso me veía como un recién llegado entre cosas nuevas, siendo que nunca he dejado de envejecer entre cosas viejas.
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