Un Sol lánguido cruzaba apenas por sobre el horizonte, alargando, naturalmente, sombras.
El recién llegado invierno las manipulaba.
Así, en un comedor, la sombra estirada de un florero vacío. En la cocina, la sombra desmedida de una taza de té fría. Cada sombra de cada objeto, alargada todavía más por el invierno, confluía y buscaba a Mónica, escondida bajo cama. Ella escuchaba cómo, al paso gélido de las sombras, las paredes se cristalizaban, crujían... Pero entonces llovió... Las sombras retrocedieron. Mónica se tocó el corazón, aliviada: sus malos recuerdos no alcanzaron a cristalizarse. Y podían seguir fluyendo hacia la aceptación.
Un fluir vital.
ResponderBorrarUn abrazo.