Asesiné a mi ex-jefe. Fue fácil. El tipo, ya viejo, vivía solo con su hija; una adolescente con leve retraso. Inventé un testamento, soborné abogados y me adueñé de la editorial; una empresa pequeña pero fructífera. Despedí y contraté a empleados nuevos y me dediqué solamente a cobrar cheques.
Tarde supe que la mocosa, contra todo pronóstico, publicó con nosotros un libro de “ficción” donde detalla mi plan y me delata. Para peor, hemos vendido siete mil ejemplares. En su historia, yo termino en la bancarrota y con una bala en la cabeza, sin explicar si por suicidio o asesinato.
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