Bien de madrugada, cuando el resto de los niños ya dormía, todavía se paseaba un muchachito, disfrazado de esqueleto, de puerta en puerta, en un afán insano por recolectar dulces o algo más entre los vecinos. Muchos de ellos, temerosos o indignados, no salían a atenderlo; otros, los menos, se interesaban por este actuar extraño y le recomendaban que se fuera a su casa para matar la angustia de quien estuviera esperando su regreso. Sin embargo este niño no descansaría en su deambular entre la niebla, esa noche fría, hasta que alguien, ante su pregunta “dulce o travesura”, respondiera “travesura”.
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