Llegó a casa y se echó a llorar. Y cuando digo “echó a llorar” es literal: se acostó de cara al suelo y se vació hasta dormirse. Lo despertó la mamá pero no, no quiso incorporarse. Entonces ella, que entiende más de emociones que de razones, se propuso cuidarlo. Lo alimentaba, aseaba, lo consentía. Y el tipo ahí, tendido, como en una escena del crimen. Familiares y amigos lo visitaban, buscaban descifrar su comportamiento. Pero ni ante psicólogos ni sacerdotes se confesó.
-Hijo, por favor, te lo suplico. ¿Por qué no te levantas?
-Porque tengo miedo de volver a caerme.
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