Llamé repetidamente a mi hijo a almorzar. Cuando apareció, le dije: “Tus duchas están cada vez más largas”. La casa crujió y una voz, omnipresente, exclamó: “Claramente se masturbaba en el baño”. “Mamá, ¿ese fue Dios?”, preguntó mi hijo. Y arrancó a la calle, enloquecido. Ayer pedí a mi esposo un préstamo de diez mil pesos. “Se me acabó todo el aguinaldo”, respondió. “Mentira. Se esconde la plata dentro del zapato”, dijo la misma voz ubicua. ¡Por suerte hoy nadie me preguntó si fui yo quien tapó de mierda el inodoro!
Las paredes de esta casa no saben guardar secretos.
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