He llorado mucho, pero tranquilo: lloro de felicidad al
saber que viví la vida que quise. Perdona que mi enfermedad me haya hecho
ausentarme de ti este último tiempo. Pero es bueno, creo yo, que te vayas
acostumbrando a mi ausencia. No creas que te aparto porque ya no te amo. Te
aparto, para que no olvides que después de mí, la vida, generosa, continúa en
otras cosas que también amas; en tu trabajo, en tus amigos, en tus paseos por
el campo. Vive intensamente. Vive para que permanezca latiendo tu corazón. Vive,
pues en tu corazón yo seguiré viva.
Amada:
Ciertamente soy un agradecido del trabajo, los amigos y los
paseos por el campo. Pero soy feliz no porque haga estas cosas: es porque puedo
hacerlas sabiendo que estás conmigo y que al final del día tengo tu cabecita sobre
mi pecho. Y amo tus canas tanto como todavía amo en mi memoria tu pelo negro. Envejecen
nuestros cuerpos, mas yo te amo renovadamente, siempre, por primera vez. Y si
de joven deseaba tenerte, ahora, de viejo, deseo retenerte. Pero como es
imposible, y ya que por cincuenta años ha sido mutua nuestra vida, que sea
también mutua nuestra muerte.
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