Esa Navidad, Alonso agarró mi Iron Man 28, regalo de moda, y lo tiró por la ventana. Con la calma de un viejo que ha vivido mucho, teniendo apenas ocho años, añadió: “No te aferres a las cosas”. “¡Aweonao! -esa Navidad dije mi primera mala palabra- lo hiciste por envidia”. Y le pegué un combo. “Si estuvieras dispuesto a soltar lo que amas, lo inevitable nos haría menos daño”. “¡Cállate, lo hiciste por envidia!”.
Años después, siendo budista gracias a él, le entendí. Lo busqué para agradecérselo, y aprovechó para confesarme que sí, que lo había hecho por pura envidia.
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