Santiago era un establo confinado para ovejas ahora con mascarillas. Desconfiados del prójimo (reconvertido en leproso, enemigo), atravesábamos, aterrados, una pared de folletos sobre noticias ¿falsas? de la pandemia. Yo me escondía de carabineros que solicitaban permisos de circulación peatonal, mientras religiosos, iluminados y anti-vacunas discutían explicaciones acerca de esta antesala al Apocalipsis y se atribuían soluciones contradictorias e incendiarias que hacían saltar de sus bancos a parroquianos necesitados de esperanza. Muchos de ellos dispuestos a aconsejarme y salvarme, aunque no sé bien cómo ni para qué, pues yo iba camino a encontrarme con ella y no necesitaba nada más.
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