Esa Navidad el Viejito Pascuero, de una patada, echó abajo la puerta. La mismísima súper estrella. Tiró el saco con juguetes al interior de la casa, e indicó cuáles regalos nos tocaban con mi hermanita. Se confundió varias veces primero. Todo esto mientras bebía desparramado sobre el sillón el vaso de leche que le ofrecimos (el ron se lo agregó él, eso sí). Le brillaron los ojos cuando lo invitamos a un baño de tina y pidió que le aceptáramos dormir después en pelota. Porque había terminado su trabajo, y aunque le costaba admitirlo, agradecía dejar siempre afuera a Burundi.
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