Pateando piedras camino al cumpleaños, ebrio por la juerga anterior, con los bolsillos pelados... Hasta que su salvador, en una vitrina comercial, aparece en toda su gloria: ¡el regalo de cumpleaños perfecto! Lo compra con su última moneda y corre donde el cumpleañero. Le pide que no mire y: “Mi regalo, sobrino, úsalo cuando te regales algo a ti mismo. Aunque sea caro o de marca, no importa, sin mi regalo, indispensable, no completas nada, ya que él lo embellece, protege, lo mejora todo”. El niño, ilusionado, abre los ojos y el tío le entrega un papel de envolver regalos.
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