“¡Allá va la bruja!”, dijo uno de nosotros. La noche, la mala iluminación de sector, empezando por la plaza, la única del pueblito, favorecía a la mujer que se alejaba con nuestra pelota. La seguimos con cautela. Su sombra callejeó por calles desconocidas que bordeaban el desierto que se extendía poco más allá. Súbitamente paró y nos dijo: “No soy bruja. ¡Tomen la pelota! Atraigo gente a mi casa por un mito que inventé que los puede espantar o, mejor, despertarles la curiosidad. Piensen: ¿Qué razón tendría una vieja, sola, en hacerse esto con tal de hablar con alguien?”.
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