La que inspira
No he escrito, tampoco, sobre nuestra primera vez para no dejarte mal parado: literal y metafóricamente. ¡Lloraste ese día! Para tu infortunio, y aunque llevaba tiempo sin sexo, tenía un buen sabor de boca: mi último encuentro fue con un amor prohibido que, elevándome hasta el cielo y sobre nubes, tallé en palabras lo que sus caricias sobre mi piel grabaron a fuego. Este hombre secreto guió, anuló mi voluntad hipnotizándome con su lengua, en debut y despedida irrepetible.
¡Tranquilo, ya, olvida lo del llanto! Al acabar, como tú, él también me abrazó: pero contigo sentí que no me equivoqué.
El que expiró
¿Recuérdame hace cuántos siglos fue lo de ustedes? Nuestro hilo rojo todavía no era. Pero fíjate que puedes hablar de él con detalle, revivir la sensación fácilmente, porque anotaste esa fecha preciada en una hoja que no se desprenderá más del calendario de tu corazón. ¿En cambio nosotros dónde estamos inmortalizados? Nuestra primera vez fue más tragicómica que otra cosa, pero ni para anécdota te vale anotarla en el paréntesis que somos. Ya no me siento mal, supongo, pero tú quizás mañana sí; cuando, quién sabe, olvides que tuviste un squirt solo porque no escribiste sobre eso cuando lo vivimos.
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