Convencido que la vida lo empequeñecía y colapsaba sobre sus hombros, que estaba anclado cargando el peso de ser él; sus culpas, errores, lamentos acompañados con: “¡Soy la persona más sola, nadie me entiende, mis desgracias son únicas!", Jairo lloró. Una de sus lágrimas cayó sobre una hoja. Una ráfaga la elevó y paseó por un planeta inmenso, complejo, doloroso. Finalmente, aterrizó en el mar. La lágrima en ella se evaporó hacia un nubarrón. Tiempo después llovió y a Jairo su lágrima, reconvertida ahora en gota, resbaló por su oreja susurrándole: “Afuera hay un mundo más grande que tu ombligo”.
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