El mundo, en vilo, apunta al Balcón de San Pedro, donde el Papa está por revelar lo conversado en la reunión de carácter urgente que le solicitó el Diablo. “El mismísimo mal encarnado -abre el Sumo Pontífice- confesó, arrodillado, estar abatido: imposibilitado de lidiar con tantas personas que, al alza, saturan el Infierno. Además, dijo, somos los humanos con nuestro profundo, insondable nivel de depravación, los que torturamos a ellos. Muchísimos demonios, traumatizados, renunciaron por estrés laboral y el Reino de las Tinieblas está, ahora, desmoronándose. Solo una cosa nos ruega el Diablo -concluye el Papa-: por favor, seamos buenos”.
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