Antes de irse, sin vuelta atrás, ella le entregó un espejo de mano. “Ellos tienen memoria” -afirmó la mujer-. “Si repites las palabras que yo más dije reflejándome en él este último año, el espejo te devolverá mi rostro, porque le harás creer que soy yo”. Pero el otro le contestó que “ya poco me interesabas para que recuerde eso, no te extrañaré ni te estaré invocando”.
Tiempo después, cuando el hombre lo había olvidado, tomó ese mismo espejo y, frente a frente, se sinceró: “No conozco peor soledad que esta. Debería hacer algo”. Entonces, justo ahí, le pareció verla.
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