Don Canelo decidió esperar, dejarse sorprender. Y lo hizo, preparándose para lo mejor. El empeño en lustrar sus zapatos, los cortes al afeitarse después de tanto, reflejaban su optimismo. Prendió la tele, poniendo más atención al celular.
Se hizo de noche, cuando decidió no seguir esperando. Prefirió, como el año pasado, sorprenderlo. Salió. Caminó hasta llegar a una puerta. Corrió una lágrima. Se sonó tan fuerte, que ni tuvo que golpear. Abrió un niño: “¡Hola, tata!” Detrás, un joven: “Papá, ¿qué hace aquí?” Don Canelo se acercó a su hijo y lo abrazó. “Feliz día del padre”, dijo el padre.