Deambulaba ausente por la casa. Este sesentón cascarrabias fue melancolizándose, embriagándose de tristeza por su enfermedad.
Una mañana notó que los pájaros, en amaneceres nublados, cantaban más alegres, revitalizados. Se propuso imitarlos, para vibrar como ellos en la misma nota de alegría sanadora. Pero al tercer día, sintiéndose ridículo, desistió. Cuando cerraba la ventana, un zorzal, con la patita herida, aterrizó sobre el marco, expectante. Entonces el hombre redefinió lo imposible, carraspeó, tomó aire y ¡explotó a carcajadas! (Y luego sí, ambos se unieron al coro del alba).
Con el tiempo, entre cantos, el excascarrabias y el zorzal fueron recuperándose.