Suena el despertador, pero Eduardo ya está en pie. Incluso ya desayunó. Algo poco, té y pan. Lo suficiente. Deambula. Se vuelve a mirar al espejo, a acomodarse el peinado, a fijarse que cada cosa esté en su lugar. Se despide de su pareja, saca una maceta al jardín, y se retira. Es solo otro lunes más; con ese metro que exuda humanidad; esa tensión por llegar pronto a destino.
A eso de las diez de la mañana se aparece por un parque, se sienta, afloja su corbata, saca el teléfono móvil y se pone a buscar trabajo en internet.
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