Hace meses, un buen día, un gorrión se posó en una mecedora en el patio de mi casa. Lo dejé un tiempo, por curiosidad. Pero con las semanas y sin ánimo de irse, empecé a espantarlo. Me abalanzaba sobre él, escabulléndose este con una facilidad que me frustraba. Adopté a un gato para que se lo tragara, pero hasta el felino desistió. ¡Qué rabia este gorrión que no alza el vuelo lo más lejos posible! Pero ¿y si cabe la posibilidad de que esta ave sea como yo?
Desde entonces, pudiendo ambos volar, preferimos pasar tardes enteras en la mecedora.
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