“Ninguna mujer más hermosa que la ausente”, escribió Job en un cuaderno, concluyendo el poema y firmándolo con un “Para Aira”. En clases, recreo o Campos Elíseos, Aira solo lo inspiraba: talló y pintó la figurita animé preferida de su musa. Aprendió guitarra para cantarle la canción de apertura de esa serie y elaboró un disfraz para Halloween con ese personaje.
Aira, sobrada, lo despreciaba.
Pero una vez ella lo detuvo, arrancándole el cuaderno. Leyéndolo, preguntó: “¿Te gustó? Porque podríamos...”. “Ya no -respondió Job-. La Aira que me gusta es la que no tengo y saca lo mejor de mí”.
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