jueves, 18 de enero de 2024

Una tarde de domingo en la plaza

Jacinto, un jubilado de 83 años, recientemente viudo, decidió leerse las cartas gratis con un tarotista que estaba sentado, como siempre, unos bancos más allá; alguien que aproximaba su edad y soledad. Sobre todo soledad, pues nunca se le acercaban clientes. No era de extrañar: el supuesto vidente las erraba todas. Pero, con tal de retener a Jacinto, su única compañía en años, el tarotista le auguraba mañanas esperanzadoras. Y Jacinto, a su vez, le desmenuzaba detalles falsos pero asombrosos sobre su vida, para que la sesión no terminara nunca. Se mentían, pero algo debían estar haciendo bien, porque sonreían. 

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