Descansando del peso del mundo (curioso, porque pesa más lo que no tengo, lo perdido) una abuelita se sentó a mi lado en el banco de la plaza. “Hijo, para aligerarte, tienes que escribir. Pon de cabeza el abismo, echa afuera y que caiga lo que tenga que salir”. “Ya agoté todas las historias”, respondí. Entonces, me pasó cuaderno y lápiz, y me pidió seguirla a casa. Por el trayecto, que no conocía, mi mente vagaba entre preocupada e ida: no iba pendiente de nada. Nomás quería llegar. Al hacerlo, me preguntó cuántas historias se me ocurrieron por el camino.
Hay muchas, y no dependen de cuan largo sea el camino.
ResponderBorrarUn abrazo.
jajjaa.
ResponderBorrarEl que algo quiere, algo le cuesta.
Firma: la abuela parabólica
Pues sí, ya lo dijo Machado: se hace camino al andar. Y de paso, aparecen las ideas.
ResponderBorrarUn abrazo.
Una abuelita llamada inspiración.
ResponderBorrarAbrazo
Hola, Julio David.
ResponderBorrarEs verdad, escribir libera, concede un grandioso privilegio y es que nos permite expulsar todo aquello que a veces no sabemos expresar con la voz, uno después se queda depurado. La palabra tiene el poder de sanarnos.
Muy sabia la abuelita, :)
Un abrazo, y feliz fin de semana.
Esa abuelita era muy sabia.
ResponderBorrarLas historias surgen por el camino. La abuelita tenía razón, pero él no lo supo ver.
ResponderBorrarMe ha encantado cómo lo has contado.
😘😘
Mientras vivas las historias que te surgen son inagotables, como esta, que sólo describe un encuentro pero de lo más profundo ¡ vaya con la abuelita! ; ) Abrazo fuerte!
ResponderBorrarMe quedo comentando esta entrada que veo que no has vuelto a publicar más y la última ya la comenté.
ResponderBorrarHay que liberar y mientras se hace camino al andar todo puede llegar a ser inspiración, hasta una simple piedra.
Un abrazo.
Cada idea es un sendero por desentrañar
ResponderBorrar😊👍