Un Sol lánguido cruzaba apenas por sobre el horizonte, alargando, naturalmente, sombras.
El recién llegado invierno las manipulaba.
Así, en un comedor, la sombra estirada de un florero vacío. En la cocina, la sombra desmedida de una taza de té fría. Cada sombra de cada objeto, alargada todavía más por el invierno, confluía y buscaba a Mónica, escondida bajo cama. Ella escuchaba cómo, al paso gélido de las sombras, las paredes se cristalizaban, crujían... Pero entonces llovió... Las sombras retrocedieron. Mónica se tocó el corazón, aliviada: sus malos recuerdos no alcanzaron a cristalizarse. Y podían seguir fluyendo hacia la aceptación.
Un fluir vital.
ResponderBorrarUn abrazo.
A veces no es el frío el que duele… sino lo que nos hace recordar. Las sombras siempre encuentran el modo de entrar, aunque uno cierre bien las cortinas.
ResponderBorrarY sin embargo, hay lluvias que no mojan, sino que despiertan. Mónica lo sabe. Tal vez nosotros también… aunque lo hayamos olvidado.
Un fuerte abrazo.
La que fluye es tu prosa, amigo, cada vez mejor...
ResponderBorrarUn relato profundo, Julio, que motiva la reflexión...
ResponderBorrarAhí está la de Entique (ETF). El buen amigo. :)))))
Abrazos a los dos!
Pues mira. La lluvia que siempre viene a joderlo todo, aquí le ha tocado un buen papel.
ResponderBorrarAbrZooo
La lluvia lo consiguió, logró disolver las sombras y tranquilizar a Mónica. Que bueno!
ResponderBorrarAbrazos
Bueno, ya se sabe, la sombra del cipres era alargada... Y conducía, creo, a un camposanto...
ResponderBorrarUn saludo, amigo
El miedo es mucho peor que el frío, como lo sabemos cualquier que sentido ambos...
ResponderBorrarSaludos,
J.
Las sombras siempre vuelven.
ResponderBorrarEn realidad nunca se van.
El sol de invierno es caprichoso, cruza el cielo tan bajito que hace sombras con todo.Espero que Monica aprovechara bien el nublado, porque al sol le gusta salir cada mañana a pasear. Saludos
ResponderBorrarLas sombras alargadas... esas sombras.
ResponderBorrarQué maravilla leerte!