Tras revisar cada examen, el cardiólogo tiene la receta exacta que administrar ante un infarto, una arritmia, una insuficiencia, cualquier complicación propia del corazón. Pero eso no le basta. Aparte de la prescripción, el cardiólogo intuye que hay un problema de fondo que aqueja al doliente. Entonces, dejando de lado la ciencia, toma entre sus manos las manos del convaleciente y le dice: “Cuénteme cuál es su pena”. El paciente se molesta, cree que el doctor es un incompetente, un chismoso, y sin embargo cuando llega la hora de despedirse lo hace con una sonrisa a pesar de las lágrimas.
Para ti, que solo te falta ser cardióloga
para entender las cosas del corazón como nadie
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