Limpiándose, ella, la última lagrimita del día o la vida, encuentra en la cocina, instalado en la mesa, a Jesucristo. Sin apariciones dramáticas porque, sin más espectadores, ¿pa qué? La invitó a sentarse como si más que Jesús, fuera Pedro por su casa. “Tanto pediste por mí, dijo Jesús, que aquí me tienes. Vamos con tu trámite, ¡PERO ANTES! -y no es excusa, lo juro por quien tú sabes-, tráete dos vasitos con agua para amenizar la conversación”. La mujer, sospechando, le advirtió que lleva 20 años sobria. Entonces Jesús, abalanzándose sobre ella, le exclamó: “¡Enséname a hacer ese milagro!”.
Y eso que él convirtió el agua en vino, je, je.
ResponderBorrarUn abrazo.
Y ella le contesto" eso solo se puede en bodas".
ResponderBorrarY él, perdón Él: Casate conmigo.
Era M.M.
Abrazooo
Un Jesucristo a las puertas del cambio? Interesante. Absolutamente.
ResponderBorrarAbrazo!!
Vaya lío por dos vasos!!!
ResponderBorrarAbrazo.
La necesidad crea al experto.
ResponderBorrarSaludos,
J.
Lo de Jesucristo siempre me ha parecido marketing exagerado.
ResponderBorrarNo estaría mal que se nos apareciera Jesucristo y charlara en casa con nosotros, y nos concediera los deseos.
ResponderBorrarMás besos.
El milagro de seguir sobria... porque de transformar el agua ya sabía. La verdad es que viendo como está el mundo es difícil mantenerse sobrio. Un milagro, vamos!
ResponderBorrarMuy bueno!